Hay una parte de la historia que realmente me fascina, la de las Reinas de España o de las Españas, entendiendo como tales todos los Reinos que han configurado nuestro país. Y me fascina porque normalmente pasan desapercibidas ante la grandiosidad o la mediocridad de sus maridos sin que tengamos en cuenta que muchas de las decisiones de estos estaban influenciadas por el buen tino o, al contrario, por las veleidades de la Reina. Muchas de ellas fueron regentes durante la minoría de edad de sus hijos (Berenguela, madre de Fernando III), otras influyeron decisivamente en el gobierno del Reino (María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV) y otras, simplemente, pasaron desapercibidas ante el carácter fuerte y dominante del Rey en cuestión. Para saber más sobre estas mujeres recomiendo dos libros muy interesantes; «Reinas medievales en los reinos hispánicos» de María Jesús Fuente, y «Las Reinas de España» de Fernando González-Doria.
Sin embargo hay otro tipo de «Reinas» que jamás ciñeron la corona, concubinas o amantes del Rey que tuvieron más influencia sobre él que la propia Reina consorte. Una de las más célebres, de la que hablaremos otro día, fue Zaida, concubina de Alfonso VI de León y madre de su único hijo varón, Sancho, muerto con tan solo 14 años en la batalla de Uclés y cuya desaparición sin duda cambió la historia del Reino Leonés. Ya hablaremos en su momento de los «y si…» que marcaron al Reino de León, casi siempre para mal, en algún artículo de fábula sobre lo que podría haber pasado en el caso de que la historia hubiera sido un poco más benigna con este Reino, que acabó siendo fagocitado por el de Castilla y que fue siempre maltratado por la historiografía castellana hasta el punto de inventarse una historia paralela a la real (que poco ha cambiado España en este asunto) para ensalzar un Reino por encima del otro. ¿O es que alguien todavía se traga la fábula de la jura de Santa Gadea, por poner un ejemplo?
Hoy, en cambio, me apetece hablar de una de las grandes mujeres del medievo español, amante de Rey desde antes incluso de que este contrajera matrimonio, que nunca se ciñó la corona pero que pasó más tiempo con el Rey que su propia esposa, influyendo y asesorando al monarca en asuntos de estado como si fuera la propia Reina. Nos referimos a Leonor Núñez de Guzmán, amante de Alfonso XI y madre de diez de sus doce hijos, que se dice pronto.
Y es que a pesar de que la corte ya no se encontraba en la ciudad, León siempre fue una localidad muy relacionada con este Rey. No en vano la cerca que, partiendo de la muralla romana, protegía la ciudad por su parte sur (y de la que aún existen muchos tramos) fue mandada construir por él ante el aumento de la población de la zona, principalmente los judíos que se habían instalado en el barrio de Santa Ana tras la destrucción de la judería del Castro por Alfonso VIII de Castilla unos 150 años antes. También varias calles leonesas recuerdan el pasado del Rey con la antigua capital imperial, como la calle Plegarias, llamada así por los rezos que la Reina Constanza, madre de Alfonso XI, realizó al paso de la procesión de Viernes Santo de 1313 rogando por la protección de su hijo, desaparecido (y a salvo, aunque ella aún no lo supiera) el día anterior tras haber sido atacados por los enemigos del legítimo Rey, estando el Reino en plena guerra civil por la sucesión al trono del recientemente fallecido Fernando IV. O la calle Matasiete, que como vamos a ver tiene mucho que ver ya no solo con el Rey sino con la propia Leonor de Guzmán y con la muerte de su marido.
Nacida en Sevilla y emparentada por línea materna con el último Rey privativo de León Alfonso IX, se decía que era de gran belleza y que se casó muy joven con el noble Juan de Velasco, del que enviudó muy pronto debido, precisamente, a una escaramuza sucedida en las estrechas calles del casco antiguo leonés y que se relataba hace poco en este artículo del Diario de León. Según la historia a Don Juan de Velasco y a Don Gil de Villasinta se les encomendó dirigirse a León para llevar un mensaje a Don Gutierre, hombre de confianza del Rey, ante las revueltas organizadas por el infante Juan Manuel, que era el padre de la Reina Constanza (primera esposa de Alfonso XI, no confundir con su madre) y a la que el Rey había repudiado y encerrado. Tras el viaje y deteniéndose en una de las tascas de la ciudad, acabaron riñendo no se sabe bien si por temas de amoríos con una tabernera o porque los enemigos del Rey les estaban esperando y se urdió una añagaza contra ellos. El caso es que en la actual calle Matasiete entablaron lucha, cayendo muertas siete personas, entre ellas el propio Juan de Velasco. De esta forma enviudaba Leonor de Guzmán, de la que alguno autores dicen que ya por entonces había iniciado su relación amorosa con el Rey.
Según la teoría de estos historiadores, lo lógico hubiera sido que Alfonso XI, enamorado como estaba de la joven viuda, se hubiera desposado con ella y la hubiera hecho Reina. Pero una cosa es lo que dicta el corazón y otra las razones de estado, y a pesar de que por entonces Leonor de Guzmán ya le había dado al Rey dos hijos varones, Alfonso XI se casó con María de Portugal, en un claro matrimonio de conveniencia que contentaba a los que buscaban una alianza entre los dos Reinos peninsulares. Sin duda cosas de la política y de una época en la que las razones de estado estaban muy por encima de las cuitas personales. El hecho es que Leonor de Guzmán siguió apareciendo junto al Rey de forma constante y aconsejándole en muchas decisiones importantes, postergando a la auténtica Reina María y a su hijo Pedro, que por ser el único hijo vivo (el primero había muerto con sólo un año de edad) habido de su matrimonio oficial, era el heredero al trono. Estas humillaciones sufridas por madre e hijo en favor de la amante del Rey tendrían sus consecuencias a la muerte de este y más adelante.
Un apunte sobre el inicio de la relación entre el Rey y Leonor de Guzmán. Aunque como ya hemos dicho algunos historiadores apuntan a que cuando se casó con María de Portugal ya tenía dos hijos de Leonor, otros en cambio apuntan a la falta de hijos en su matrimonio como el desencadenante del inicio de la relación entre ambos. Al parecer las discrepancias en la exactitud de las fechas de ciertos acontecimientos históricos son las que provocan la falta de acuerdo sobre este asunto. Sea cual sea la teoría correcta, lo cierto es que Leonor de Guzmán se convirtió no sólo en la amante del Rey sino también en su mejor consejera y acompañante, ocupando el papel de la Reina legítima en multitud de ocasiones y alimentando así el rencor que esta le profesaba.
Durante los años que duró su relación Leonor le dio al Rey un total de diez hijos, acumulando un enorme patrimonio en esa época ya que Alfonso XI le colmaba de regalos en forma de terrenos por cada hijo que recibía de ella, llegando a amasar una gran fortuna. Sin embargo las cosas cambiaron en 1350 cuando Alfonso XI enfermaba de peste y moría en Gibraltar preparando el asedio a la ciudad en una campaña que bien pudo haber significado el fin de la Reconquista con 150 años de anticipación, ya que esta prácticamente se paralizó tras la muerte del Rey debido a las sucesivas guerras civiles e intervenciones en los conflictos europeos (Guerra de los Cien Años) que le sucedieron.
Inmediatamente su hijo Pedro I fue reconocido como Rey y, mientras sus hermanastros huían temerosos de las reacciones del nuevo monarca, Leonor de Guzmán era apresada y encarcelada por orden de la Reina María, que se vengaba así de tantos años de humillaciones y desprecios por parte de su marido. Aún tuvo tiempo la propia Leonor desde su encierro de organizar la boda de su hijo Enrique con Juana Manuel (hija del infante Juan Manuel), recibiendo como dote de este matrimonio el Señorío de Vizcaya con todas sus riquezas. Este hecho enfureció de tal forma a María de Portugal que no solo endureció las condiciones del arresto de Leonor de Guzmán sino que acabó ordenando su ejecución, hecho este que se produjo al año siguiente en Talavera de la Reina.
El Rey Pedro I, apodado «El Cruel» con posterioridad, mandó asesinar también a Fadrique, Juan y Pedro, hijos de Leonor de Guzmán. Pero Enrique inició una serie de revueltas contra su hermanastro que, a pesar de los fracasos iniciales, acabaron con la muerte del Rey a manos de su hermano Enrique en 1369 tras la batalla de Montiel, poniendo así fin a la Casa de Borgoña que había reinado desde que Alfonso VII, Emperador de León, la iniciase en 1126. Le sucedió en el trono el propio Enrique, que reinó como Enrique II «El de las Mercedes», inaugurando la dinastía de la Casa de Trastámara, que reinó primero en Castilla, luego en Aragón y posteriormente en la España reunificada con los Reyes Católicos hasta que Juana I «La Loca» falleció dejando el trono a su hijo Carlos I, dando así pasó a la dinastía de los Austrias.
Está claro que la vida de Leonor de Guzmán no fue fácil. Amante fiel, postergada de la realeza que merecía por la relación que mantenía con el Rey y ejecutada por los odios de sus rivales, la Reina sin corona y sus acertadas decisiones fueron pieza clave para el cambio de dinastía y para que la historia de España diera un giro importantísimo sin que, lamentablemente, sus actos hayan sido lo suficientemente reconocidos.